sábado, 15 de septiembre de 2007

Capítulo 3: ATACANDO UNA BASE DE LA ARMADA

Capítulo 3
ATACANDO UNA BASE DE LA ARMADA
por: El Cuervo Lopez

La habitación era pequeña y austera. Los muebles, muy escasos, de madera tallada a lo inglés victoriano, lucían pulcros y con algunos recuadros de fotos tomadas mayormente en el Siglo XIX a juzgar por las escenas y personas retratadas: un lejano Londres victoriano, modas en el vestir ya caducas, paisajes del África, etc.

Las paredes, sin ventanas y por tal motivo, a gusto de su ocupante, con una imagen muy vívida de una sabana africana plena de cebras y muy por detrás al acecho dos leones preparando el ataque, pintada con sorprendente realismo, tenían un solo cuadro donde el visitante podía observar lo que parecían ser dos letras talladas en marfil.

Las dos letras, en mayúsculas, eran AQ.

No había espejos y el ascetismo del lugar culminaba en un catre rústico y un armario pequeño de dos puertas.

Nada de mesas y apenas una silla.

La puerta se abrió suavemente y el viejo cazador entró con paso firme en la habitación. Se quedó unos instantes mirando la falsa ventana, suspiró con evidente nostalgia, se sacó el sombrero de piel de leopardo que desnudaba una incipiente calva y se echó sobre la cama, cruzando las piernas, con las manos entrelazadas bajo la nuca y los ojos clavándose en el techo, blanco y desnudo con excepción de la bombilla de luz eléctrica.

El único movimiento perceptible en el viejo cazador era en su arrugada frente cuyos pliegues iban y venían como las olas tormentosas de un rebelde tifón.

La preocupación y el profundo pensamiento ocupaban en esos momentos toda su atención. El problema, la situación y el momento actual; todo era de una gravedad única e inusual y requerirían toda la fortaleza preparada y acumulada hasta el momento para un evento mayor que el presente. Y ese era el peor de los busilis.

¿Qué ocurriría si después de esta crisis, suponiendo que la Tierra resultara victoriosa, aprovechando la maltrecha defensa se presentara el verdadero enemigo tan temido?

¡Malditos y estúpidos marcianos!

Hacía muchos años que observaban el creciente estándar bélico de los marcianos crecer y crecer sin razón aparente pues eran seres inteligentes y con comodidades propias. Lo más lógico sería que se embarcaran en una empresa militar fuera del Sistema Solar, pero atacar la Tierra

Los marcianos eran seres muy inteligentes pero a la vez muy estúpidos.

Una extrañísima paradoja que pasaba más por incongruencia que por otra cosa.

La gente se había tragado durante años toda la cantinela de los canales de Marte y las dislocadas visiones de Percival Lovell. Y tales fantasías desde los cuentos de Bergerac y el advenimiento de Wells y su Guerra de los Mundos y la camada de escritores de ciencia ficción y la fobia de los 50’ hacia los rusos traducida en películas y libros de clase B no había hecho más que ocultar lo cuasiverdadero: que los marcianos realmente existían.

Claro que el incidente Roswell y la famosa autopsia eran fantochadas del gobierno yanki, pero lo que estaba ocurriendo ahora mismo en el desierto de Sonora no lo era.

Faltaban pocos minutos para que comenzara la reunión de urgencia convocada por el Triunvirato y pocos serían los concurrentes a pesar que la Organización contaba con no menos de cinco mil miembros. La invasión marciana no estaba en los planes de nadie y ni siquiera los miembros con poderes precog habían podido detectar las intenciones de los alienígenas. Seguramente estos contaban con elementos anti precog.

¿Cuáles eran los motivos de los marcianos para invadir nuestro planeta?, se preguntaba el viejo cazador.

De cualquier modo, el avance de la flota ya había arribado y por lo visto ligeramente al pasar en la sala de radares, la invasión era planetariamente masiva. Así que, imaginaba que el discurso de los tres jefes versaría acerca de las primeras medidas a tomar.

Pero lo que más le preocupaba, más aún que el posible aprovechamiento de la situación de los Verdaderos Enemigos de la raza humana, era la inevitable exposición pública de los miembros de la Organización.

¡Qué gran shock para la humanidad! Y todo de un solo saque.

Toparse con que los marcianos son reales, que Wells tenía razón y ver plasmadas en realidad todas aquellas cosas que creían puras fantasías. Solo faltaría que algún ocurrente reportero dijera con sarcasmo que Porky, Pluto, La Pantera Rosa y toda la caterva de personajes animados también existían.

El viejo cazador se levantó de su catre, tomó su sombrero, miró por unos segundos las fotos de sus fallecidos esposa e hijo y salió de su habitación rumbo a la sala de reuniones.

¡Malditos y estúpidos marcianos!



La Sala de Reuniones era un recinto de gran envergadura cuyas paredes y techos rocosos se perdían en la distancia. Fruto de la excavación efectuada por varios miembros de la Organización, tenía más el aspecto de una enorme gruta subterránea, como las ilustradas por Verne en su novela Viaje al Centro de la Tierra, que un formal centro de máximas reuniones.

No había asientos, pero el lugar podía cobijar a más de veinte mil oyentes, si bien para esta ocasión apenas asistirían diez, sin contar a los tres jerarcas.

Se improvisó una mesa oval con sillas para beneplácito de los concurrentes que estaban llegando.

Los tres jefes de la Organización se encontraban en silencio y sentados a la cabecera: HPL, REH y CAS.

Sus semblantes se hallaban oscurecidos por un velo de insondable preocupación.

REH, con su eterno rostro infantil, tamborileaba con los dedos de la mano izquierda el borde de la mesa. Era el más circunspecto y callado de los tres.

CAS se recostaba contra el respaldo de su asiento mientras con tranquilidad se arreglaba el nudo de su corbata una y otra vez, estirando el cuello. Hablaba poco y su carácter era tranquilo pero decidido.

HPL era el más inquieto de los tres. De pálido semblante, brazos largos y poco agraciado rostro, su extrema delgadez le daba a su silueta una aparente liviandad que contrastaba con la energía nerviosa que desplegaba en cada movimiento. Sus ojos no paraban de moverse como entreviendo a cada instante el acecho del peligro más abominable, odioso, impío y terrible.

El viejo cazador no fue el primero en llegar, pero sí el último. Los nueve miembros restante lo miraron al unísono como reprobando su demora, algo que le importó un pimiento, como siempre.

Sólo había una mujer, vestida íntegramente de negro, de tez palidísima, ojos rojos brillantes, labios finos y muy rojos, a la vez crueles y sensuales, rostro bellísimo enmarcado por una corta cabellera negra.

A su lado se sentaba un hombre delgado pero de anchas espaldas, de innegable porte francés, rostro alegre y juvenil. Frente a él, un hombre de edad madura, también con perfil francés pero de talante autoritario y ceñudo. A su lado un oriental, aparentemente chino, se entretenía haciendo juegos de malabares con un mazo de naipes.

Observando las triquiñuelas del chino se encontraban dos hombres altos, robustos y musculosos, vestidos a la manera sumeria. Uno de ellos llevaba un parche en su ojo izquierdo mientras que el otro tenía calva su cabeza. Cerraban frente a la cabecera, además del viejo cazador, un hombre con aspecto de adusto profesor de Cambridge, otro con evidentes aires académicos pero enfundado en un traje de cuero negro y el último era quizá el más extraño de todos. Se trataba de un joven de aspecto occidental y oriental a la vez. Vestido con ropas muy sencillas, sus ojos eran inquietantes y de una fuerza y temperamento tan temible, que era muy difícil mantener su mirada.

El silencio duró apenas un par de minutos.

HPL se levantó de su silla y apoyando ambas manos en el borde la mesa habló dirigiéndose a todo el grupo:

-Cada uno de ustedes ya conoce la situación, así que no andaré con rodeos ni antecedentes del caso. En esta mesa está la guardia activa de la Organización

-Yo siempre estoy de guardia, mi estimado HPL –interrumpió el viejo cazador.

-…que deberá tomar las primeras medidas de choque en no más de media hora. Ya hemos cursado los avisos pertinentes a los demás miembros, quienes seguramente en estos momentos deben estar preparando la contraofensiva en todos los rincones del planeta y por favor –se interrumpió HPL mirando al viejo cazador-, no vuelva a interrumpirme. Usted está siempre de guardia y de hecho la comanda por haber elegido voluntariamente vivir en la Base Central. Cuando usted quiera puede tomarse el viento y volverse a su querida y por mí odiada sabana africana.

El viejo cazador sonrió con ironía a flor de labios y dijo entre dientes:

-¿Aún sigue afectado por lo de Arthur Jermyn?

-¡Basta caballeros!-, terció CAS. –Las cuestiones personales entre ustedes deben quedar en último plano. Los marcianos han arribado y su primera avanzada en estos momentos debe estar ya a pleno sobre la Base Militar principal en Arizona. Nuestros sensores han detectado que una de sus naves se estrelló en el cercano desierto de Sonora, pero al menos otras tres están a punto de aterrizar. Conocemos el diseño de estos platillos y no creemos que haya más de cien marcianos por nave. Sabemos todo sobre ellos: su xenobiología y la posibilidad cierta de derrotarlos.

-Claro, nosotros los derrotaremos en primera instancia. Nosotros diez. –dijo sonriéndose el hombre de rostro juvenil y alegre.

CAS lo miró severamente.

-Joven, cada miembro de esta Organización tiene un potencial y efectividad extraordinarios…

-Nunca probados en una situación como ésta –agregó el adusto profesor de Cambridge. –Recuerda, CAS, que fuimos congregados y reunidos por ustedes para hacer frente al gran enemigo.

La mujer se puso de pie y dijo:

-¡Hombres! Somos lo que hay: una vampira, un experto en ocultismo, un mago, un ladrón de guante blanco, dos viejos guerreros sumerios, un inspector de La Suretè, un oriental con ignotos poderes, el gran cazador de vampiros y el viejo cazador. Sabemos que nuestros compañeros están en camino pues los marcianos atacarán los Estados Unidos como primera medida.

-Sois la Guardia de la Organización. Acabad con esos impíos y abominables marcianos. –Apuntó HPL.

La reunión se tuvo por concluida y los diez defensores se levantaron de sus asientos y en silencio se marcharon del salón.

El viejo cazador fue el último en retirarse no sin antes mirar con una expresión sardónica a HPL.

Cuando las puertas se cerraron, una voz muy cercana a los tres jefes retumbó en el salón. Una voz grave, exótica, con ligero acento árabe y un improvisado y tosco inglés. La voz no tenía un origen cierto.

-Ninguno de vosotros les ha dicho que la avanzada de ELLOS ya está en camino. –Dijo la voz.

-¿De qué hubiera servido?, -terció REH, ya más aplomado y menos tenso –además me pones muy nervioso sabiendo que estás presente y sin poder verte. Ni tu respirar se ha sentido.

La voz lanzó una agria carcajada.

-¿Respirar? Pequeño suicida frustrado, yo no respiro. NO SOY, no tengo esencia material ni inmaterial. Esta es mi condena pero a la vez mi salvación y por eso he podido vivir todos estos milenios. Soy vuestra carta de triunfo.

-¿Cómo? –Se sonrió CAS –Ni ojos tienes para leer el horror que has escrito.

-Déjalo ya. Por algo lo llamaban loco. –Sentenció REH

HPL suspiró en su asiento:

-Abdul…

- Así es. – dijo la voz sin dueño con una inflexión que casi podía interpretarse como una sonrisa - Y como siempre he dicho: “No está muerto aquello que puede dormir eternamente…” ¿No creen?

Sobre el autor:

El Cuervo López es el seudónimo de Gabriel Lopez, una desgracia nacional para Argentina que se hace pasar por escritor de ciencia ficción y cuyos gustos literarios son abominables. También tiene la rara habilidad de hacerse pasar por experto en opera y lo peor es que muchos se lo creen. Ha publicado en revistas argentinas y en la red y tiene más visitas en su blog de lo que este pudiera tener, pero no importa. Su blog es www.elcuervolopez.blogspot.com. Por favor, visitenlo para que incremente su ego.

Notas:

HPL: http://es.wikipedia.org/wiki/Lovecraft
REH: http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_E._Howard
CAS: http://es.wikipedia.org/wiki/Clark_Ashton_Smith
El Cazador: http://es.wikipedia.org/wiki/Allan_Quatermain
Abdul: http://es.wikipedia.org/wiki/Alhazred


domingo, 8 de julio de 2007

IMAGENES DE LA INVASION: Ricardo García Paredes


Los creadores de MARS ATTACKS! La Blog Novela, nunca pensamos que nuestro blog pudiera ser vigilado de forma tan atenta y detallada por inteligencias superiores a la nuestra, y sin embargo, tan mortales, como la humana. Que, mientras nosotros nos atareábamos en nuestros intereses, éramos escrutados y estudiados casi tan profundamente como un hombre con un microscopio puede analizar a las transitorias criaturas que se multiplican y pululan en una gota de agua…y este cartón de Ricardo García Paredes, nos los demuestra. ¡Estamos condenados!. Muchas gracias, Ricardo

Ricardo García Paredes
es un artista de la Paz, Baja California. Ha publicado en el periódico Publico de Guadalajara, Jalisco y en la revista MAD edición mexicana. Actualmente vive en Guadalajara dedicado al arte y al diseño y a sus dos mininas, la Tica y la Mica que ocupan con rasguños buena parte de su noche. Pueden ver un catalogo de sus obras en DevianArt o visitar su Blog.

Imagen en alta resolución

lunes, 2 de julio de 2007

Capítulo 2: LOS MARCIANOS SE APROXIMAN

Capítulo 2

LOS MARCIANOS SE APROXIMAN

por Luis G. Abbadie


Vibraciones; paso entre los corredores de la nave; mis patas perciben las pisadas de ellos con tal precisión que de requerirlo, podría derivar el número aproximado de individuos que me rodean. Pero no necesito hacerlo. No me corresponde. Mi tarea está clara: enviar su mensaje a la Tierra:

Su mensaje…y el mío.

Metal; la temperatura y la textura me transmiten información detallada que confirma la que se encuentra almacenada en mi cerebro acerca de las naves de combate. El compartimiento donde he permanecido durante todo el viaje carece de aberturas; una atmósfera similar a la marciana es recreada, mi sistema respiratorio está configurado para ésta y para la terrena. El planeta Tierra es visible en la amplia pantalla de la cabina principal, y las flotillas marcianas se ciernen sobre ella como las moscas lo hacen en la podredumbre que las atrae. A través de las paredes, escucho los diálogos internos de la nave en 18 idiomas cibernéticos, de los cuales 9 son entendibles para mi cerebro. Una sola palabra se repite en todos ellos: Invasión.

Gene era feliz.

Contempló de nuevo la astronave que surcaba un cielo que el sabia color mate en el monitor blanco y negro, mientras la voz en off de Bill establecía la fecha estelar. El programa era un éxito; ahora era seguro. Y Gene se estaba cerciorando de hacérselo saber a todos. A los productores y a los directores. Claro que su equipo había hecho un excelente trabajo, los felicitaría en cuanto los viera; pero de momento, era tiempo de asegurar su posición como capitán, es decir creador, de la serie… llegar a donde ningún director había llegado jamás.


Empinó el fondo del vaso de brandy con que se había premiado, y se colgó el saco sobre el hombro, abandonando la oficina con un caminar de exagerada autosatisfacción. Se despidió de su secretaria sin abandonar la sonrisa y cuando llegó al estacionamiento incluso seguía sintiéndose lo bastante bien para ignorar los habituales contratiempos de hacer encender su auto. Aquel carro estaba lejos de ser la Enterprise, pero si lo fuera, no se sentiría mejor. Dejó atrás el edificio y se dirigió a la autopista que bordeaba la ciudad. Ya sólo un borrón rosado en el horizonte advertía de las marcha del sol, y a su derecha el firmamento poco a poco se tornaba negro. Ante este fondo, las construcciones dispersas formaban las más brillantes constelaciones sobre toda la región de California.


Gene venía pensando. Pensaba en cómo le diría a su productor, por vigésima vez, lo exitosa que era la serie que había creado, el dinero que la estación estaba recaudando gracias a su… cuando vio el auto que asomaba en diagonal desde el borde de la autopista, en aquella parte de la vía elevada.

Quiso desviarse, pero una camioneta que venía por el carril opuesto hizo que revirtiera desesperado los giros del volante. Su auto se sacudió con violencia al rozar al otro vehículo mientras luchaba por no perder el control. Vislumbró al Mercedes frente a él causante de todo aquello y constató con desesperación que ahora el auto estaba a medio camino fuera de la autopista, dirigiéndose a la valla metálica que la bordeaba, y supo de inmediato que…se va a caer.

Lo siguiente que supo fue: no puedo mantener el control, ¡estoy fuera de control!

Su auto casi como atraído por un imán, siguió la ruta del Mercedes de adelante; giró una vez más el volante con desesperación y pisó a fondo el freno haciendo que la cola girara, pero ni eso pudo evitar golpear al Mercedes, el cual se precipitó fuera de la autopista, para derrumbarse y caer unos seis metros más abajo. El auto patinó ruidosamente de lado y Gene no pudo evitar que sus dientes rechinaran al pensar en el costo de los neumáticos quemados… finalmente sintió que las llantas traseras guardaban silencio y después sintió un leve bamboleo le causó una sensación de vértigo.

Para Gene, el aire dejó de existir. Sabía que estaba pasando.

Sabía la situación en la que se encontraba.

Permaneció helado, mirando al frente. Los autos pasaban sin detenerse, y poco a poco Gene fue consciente de que, además, el tobillo le dolía debido a la presión que estaba ejerciendo sobre el freno. El auto vibraba con el murmullo del motor, pero no se desplazaba… no caía. Miró a su derecha, y observó que la valla protectora terminaba de manera desconcertante en la mitad de su auto. Estaba en una posición muy, demasiado, parecida a la del auto que lo había precedido en ese mismo sitio…

Gene levantó el pie del freno muy, muy despacio; las llantas no encontraron resistencia, sintió una sacudida leve gracias a que una de ellas rozaba el concreto, pero no alcanzaba a encontrar apoyo para avanzar. Eso significaba que estaba en una situación muy precaria.

Con gran cautela, presionó una vez más el freno y luego detuvo el motor. Lo pensó un momento y encendió las luces del auto. Encendió también las luces interiores. Quería ser tan visible como fuera posible para que algún otro auto no fuese a hacer con él lo que él había hecho al anterior, por lo menos en lo que abandonaba el vehículo.

Apenas se atrevía a mover la cabeza; no sabía cuán frágil era el balance del auto al borde de aquella autopista elevada. Sus dedos tentalearon hasta dar con la manija. Tiró de ella.

No se abre. Tiró de nuevo, y el pánico escaló por su interior como una araña al darse cuenta de que la puerta se resistía a abrirse; tiró repetidamente de la manija, olvidando su anterior precaución, y se detuvo pasmado, con deseos de darse un golpe en la cabeza. ¡Había olvidado quitar el seguro de la puerta! Lo hizo de inmediato, y sus dedos apenas estaban por tocar la manija cuando el auto se sacudió de manera alarmante. Creyó que iba a precipitarse…pero no fue así.

De hecho, había sido un golpe en la capota, como si algo hubiera caído encima. Algo pesado. Dirigió lentamente su atención al techo como si pudiera ver a través de él, como Ray Milland en aquella película del hombre con la vista de rayos X. Pero por supuesto, Gene no tenia nada de eso. Así que abrió la puerta.

Justo entonces, aquello que había caído sobre su capota, rodó hasta el suelo.

Gene se quedó inmóvil, mirando la puerta entreabierta y sin soltar la manija, pero lo que le tenía más confundido era el manchón húmedo que el objeto había dejado sobre el cristal. Estaba sencillamente perplejo; un manchón que le parecía completamente fuera de lugar, fuera de contexto, se deslizaba lentamente por el parabrisas. El color de la sangre – la sangre de verdad, no la de utilería – era inconfundible.

Abrió la puerta un poco más, mirando al suelo de concreto de la autopista, y encontró una mano tirada ahí, como en saludo silencioso. Una mano regordeta, magullada como la suya propia lo había estado alguna vez, de adolescente, cuando el perro cocker de su vecino lo había mordido. Una mano cercenada, como si algún animal la hubiera arrancado de su presa…

Algo se movió una vez más en la capota, un movimiento brusco; algo se reacomodaba inquieto. Cerró la puerta despacio, aun cuando no se cerró bien debido a la falta de presión. Por primera vez, Gene se preguntó si sería más seguro permanecer a bordo del vehículo, aun a riesgo de caer. Intentaba imaginar qué diablos estaba encaramado sobre su auto, qué cosa podría haber atacado así a un ser humano y estar allí ahora mismo. Aun si hubiera un bosque cerca, que no lo había, las bestias nunca se aproximarían a la autopista; ¡y se encontraban a seis metros por encima del suelo, por el amor de Dios! Pero una bestia no se quedaría en un lugar visible mucho tiempo; sólo era cosa de esperar unos momentos a que se marchara y…

Entonces pensó en el Mercedes. ¿Qué había causado que se saliera del camino? Más que eso, ¿de quién era esa mano?, después de todo no había peatones en la vía elevada. No le gustaban nada las opciones que se le ocurrían.

Tendón, cartílago, pensó de repente; superficie cromada bajo mis patas, vidrio de ¼ de pulgada…

Gene sacudió la cabeza; seguramente estaba ofuscado por la angustiosa situación. ¿Qué sentido tenía todo eso?

… una unidad basada en carbono, terrena. Humano.

Estas palabras llegaron a su mente acompañadas de una oleada de odio creciente, un odio amargo que no sabía de dónde provenía o a dónde se dirigía. Un rasgar estridente en el techo - algo que parecía torturar el metal - puntuó esta sensación,

- Unidad basada en carbono, - pensó “eso” en su cabeza. - Recibe mi mensaje y SU mensaje.

Gene miró hacia la capota; comprendió, de alguna manera, que la cosa que estaba encima le estaba hablando. Y que era ella la que experimentaba ese odio profundo hacia él. Estoy volviéndome loco, pensó.

Ustedes me cuidaron, me dieron un supuesto hogar, me dieron comida, me llamaban Kudryavka, Lemonchik, jugaban conmigo, me engañaron, me hicieron creer que me habían recibido como parte de su mundo, que estaba segura con ustedes. Pero después me montaron en aquellas máquinas que no comprendía, en vehículos de ensayo que me asustaban; me sometieron a análisis más y más frecuentes, a prepararme para mi ejecución. Y finalmente me introdujeron en ese proyectil, me ataron por completo de manera que no pudiera caminar ni moverme, sino únicamente estar de pie o sentada, me cubrieron de sensores para monitorear mis signos vitales durante cada momento de mi tortura y me proyectaron al espacio sin las condiciones internas adecuadas; La temperatura descendió, comencé a helarme… la gravedad era mínima, la presión descomprimía mis órganos, y el alimento que me habían dejado a bordo sólo era suficiente para diez días, en los cuales terminaría de hacer efecto el veneno que habían colocado en él para ejecutarme. ¿Alguien de ustedes me oyó por los intercomunicadores? ¿Alguien escuchó en mis quejidos el miedo que yo sentía?

Los ojos de Gene se concentraron por un momento en la autopista al hacer una pausa esta abrumadora voz mental. La voz iba acompañada de imágenes y sensaciones: hombres con uniformes que sonreían y jugaban, arrojando una pelota, mientras hablaban en un idioma inentendible, con un acento… ¿ruso?; cabinas y grandes computadoras; la angustia y opresión asfixiante en el pecho a bordo de un aparato que hacía giros vertiginosos bajo la mirada fría de esos mismos hombres uniformados. Se percató de que lo veía todo desde los ojos de algún tipo de animal. Entonces, la prisión electrónica, los cintos ajustados a su cuerpo entumecido, la sensación de opresión sobre sus pulmones… un destello, una imagen de unos diarios sobre el suelo le dijo muchas cosas: unos diarios en ruso, que mencionaban Moscú –Moskva- y una leyenda, un titular: Sputnik II.

…Pero ellos me encontraron. Reanimaron mi cuerpo, lo fundieron con un sistema electrónico que sustituyó muchos órganos vitales y reanimó otros más. Me despertaron. Activaron partes latentes de mi cerebro, incrementaron mi inteligencia, mi comprensión. Antes sólo había confusión y miedo en mi mundo, ahora entendía lo que ustedes me habían hecho. Ellos me dieron la capacidad de recordar, y de comprender, y de odiar. Y me dieron los medios para actuar de acuerdo con ese odio. Ellos me han traído de regreso. Ustedes me ejecutaron, y sus medios de comunicación muestran que la humanidad entera celebró mi ejecución. Su especie entera festejó mi muerte; pero ahora he vuelto, y puedo darles a ustedes mi mensaje, enseñarles lo que ellos me enseñaron.

Gene miraba fijamente al techo, tratando de asimilar esas nuevas imágenes, los rostros cadavéricos, los ojos enormes y sin párpados, las cabezas semejantes a hinchadas masas cerebrales… Y la agonía rememorada de un cuerpo reconstruido de manera cibernética, sin el más mínimo paliativo de la anestesia o la inconsciencia.

Ellos me torturaron más todavía, así es; pero me han traído aquí como una de sus criaturas de guerra. Para traer su mensaje: el mensaje de que la Tierra será suya, y ustedes, su especie, serán exterminados. No importa; ahora puedo venir a ustedes y mostrarles cómo me enseñaron a torturar, a odiar. Después es posible que yo le enseñe a ellos. Una especie a la vez.

Diles a todos lo que has escuchado, dales mi mensaje. ¡Diles que Laika ha regresado!

De nuevo se sacudió el auto, y Gene creyó que esta vez sí se precipitaría; pero sólo vio una figura que saltaba de la capota hacia el vacío fuera de la autopista. Una forma canina, con algunos matices cromados.

Sus dedos temblaban al tirar de la manija y abrir la puerta. Cuando se bajó del auto, resbaló al pisar la mano que yacía en el concreto, ensangrentada y mordisqueada, y cayó de espaldas sobre el auto, dándole el empujón certero que necesitaba para precipitarse en el abismo fatal.

Gene permaneció inmóvil, frío como piedra en la vía elevada del free-way. El choque del auto sobre el concreto llegó entonces a su conciencia, retardada, como la llamada lejana de una onda de radio que partiera desde Marte.

Malditos rusos, pensó y sintió como si esa frase diera un fin lapidario a todo aquello, a ese horrible capitulo al que había sobrevivido.

Solo que ahora Gene sabia que aquel no era el capitulo final. Sabía que algo mucho más tremendo se acercaba, que estaba sobre él, sobre Hollywood, sobre toda la humanidad. Llegaban días aciagos para la Tierra.

En la lejanía, un ladrido monstruoso, entre mecánico y animal confirmó que lo vivido era cierto. No había escapatoria. No la habría ya.

Gene, con las piernas temblándole como chicle y el miedo apretando con fuerza su estomago y su corazón, solo pudo murmurar la siguiente plegaria: Por favor, por el amor de Dios ¡teletransportame, Scotty!

Fin del capítulo 2

Gene Rodenberry
Laika
El Sputnik 2
La Enterprise
Retorno de un envío terrestre al espacio

viernes, 15 de junio de 2007

Capítulo 1: LA INVASION COMIENZA


Capitulo 1

LA INVASIÓN COMIENZA

por Gabriel Benítez

Pero ¿Quién mora en esos mundos si están habitados?...

¿Somos nosotros o ellos, los señores del Mundo?...Y ¿por qué

todas las cosas tienen que estar hechas para el hombre?

Kepler

El Dr. Hynek caminaba en silencio al lado del Hotelero. Las botas de ambos crujían de manera terrible al pisar el árido suelo del terreno, pero ninguno podía escucharlo porque lo impedía el insistente viento del desierto. Ambos, hotelero y científico, intentaban mantener sus ojos, boca y nariz, a salvo de la tormenta de polvo que los azotaba.

- ¡Arriba México lindo y querido! – exclamó en mal español el Hotelero - ¿No le parece un país fascinante?

Hynek prefirió no contestar y continuó su caminata en medio de aquel paraje que más bien semejaba un eterno limbo color arena. Finalmente, entre el polvo y el viento, se definió la figura de una casucha de madera. Hynek la señaló con su mano enguantada y los dos hombres apuraron el paso hacia ella. Cuando llegaron, los recibió un concierto de rechinidos, golpeteos y crujidos que provenían directamente de ella.

- Hay que entrar – indicó el Hotelero en voz alta para dejarse oír. – El “amigo” esta dentro

- No es bueno idea – grito Hynek en español protegiéndose el rostro con el brazo - ¡Esto se va a caer en cualquier momento! ¡La tormenta…!

El Hotelero lo ignoró deliberadamente y empujó la puerta de madera frente a él. Penetró por el umbral con la velocidad de quien llega tarde a una función de cine y se perdió en la oscuridad de la cabaña.

El Dr. Hynek masculló una maldición. Odiaba la actitud del Hotelero, sus acciones impulsivas, temerarias e irreflexivas. Y siempre era así. Era tan…arrebatado.

El Hotelero apareció de nuevo en el umbral.

- ¿Piensa quedarse ahí todo el día, doctor? – exclamó y le indicó con señas el camino al interior.

A Hynek no le quedó salida. De cualquiera manera no había viajado más de seis horas por el sofocante desierto de Sonora para regresar sin nada.

Entró.

En el interior, el artrítico concierto del maderamen se encontraba aún mas acentuado, pero el viento se escuchaba diferente. Su silbido era más sordo y más sisearte. Un olor a aceite de lámpara se extendía por el interior y la oscuridad era rota tenuemente por la luz de una mecha. La lámpara, un quinqué, se estaba de pie sobre una pequeña mesita que temblaba a ritmo de la tormenta.

Cerca de ella, sentado en una silla, un hombre viejo, vestido con un traje de manta, los miraba a ambos en silencio. Su rostro, indiferente, no los increpó por el atribulado allanamiento. Simple y sencillamente se limitaba a observarlos.

El Hotelero se despojo de la mascada que había usado para cubrir su boca, como si fuera un bandolero y después se quitó también el sombrero, mientras una lluvia de pequeños granos de arena caía directamente al suelo. Hynek imitó al Hotelero y después sacudió su barba que, aunque lo hacia ver mayor de lo que era, también le otorgaba una imagen de respetabilidad. Limpió además el cristal de sus lentes y los volvió a colocar en su lugar.

- Él es Don Juan – dijo el hotelero en voz alta y después en español al anciano – Don Juanito, este es el gringo que le dije. El también quiere saber.

Don Juan miró fijamente a Hynek. Más que verlo, parecía escrutarlo y mientras esto ocurría, nada alteraba su fisonomía. Hynek no pudo evitar inquietarse. Se pregunto si aquellas profundas arrugas en el rostro del hombre no habrían sido labradas también por cientos de tormentas como esta.

Finalmente, el anciano asintió en silencio y el Hotelero le hizo una seña a al científico para que se acercara. El doctor se aproximó al anciano y este con un tembloroso movimiento de mano, los invitó a sentarse. En medio de la mesa, además del quinqué, encontraron una botella con un líquido levemente ambarino en ella. Don Juan, sin palabras, solo con señas, se las ofreció.

- Yo no – dijo Hynek – Gracias.

- No le haga un desaire a Don Juan, doctor. Esta gente ofrece lo que puede y lo hace de corazón.

- No sabemos que pueda ser.

- Aguardiente, mezcal…- el Hotelero retiro el corcho de la botella con los dientes y le dio una buena bebida. No pudo evitar una mueca y un carraspeo profundo – ¡Dios mío! Si que esta fuerte. Pruebe.

Le tendió la botella a Hynek, y este, aunque con un poco de desconfianza, bebió. Un arroyo de fuego vivo le recorrió el esófago, Al igual que el Hotelero, no pudo evitar otra mueca.

Sorpresivamente, esa vez Don Juan sonrió. Una sonrisa amable, satisfecha.

- ¿Le gusta? – pregunto el viejo con una voz profunda y trémula

- Don Juanito le pregunta que si le gustó el aguardiente. Ande. Tómese otro trago.

- No se…

- No lo desaire.

Hynek le dio otra empinada a la botella.

- Ese gringo es fuerte – opino Don Juan y se rió.

- Dice que es usted muy fuerte para ser un gringo.- Tradujo el Hotelero y sonrió.

Al doctor no le hizo gracia el comentario.

- Bueno. Creo que esto ya ayudó a romper el hielo. Así que dígale que nos cuente su historia.

El Hotelero asintió.

- Cuéntenos, Don Juanito. Dígale lo que vio.

Hynek miró al anciano. Este señaló con una errabunda mano hacia fuera:

- Anoche vino el sol. Y me cantó.

¿Qué? Hynek titubeó con su mirada. ¿Qué cosa?

- Anoche vino el sol. Y me cantó. – repitió el anciano, como si hubiera entendido lo que los ojos de Hynek habían dicho.

El doctor se volvió hacia el hotelero. ¿Qué?

- Don Juan dice que ayer en la noche vino el sol a cantarle.

- ¿El sol?

- Así es.

- No entiendo.

- ¿No entiende?

- Así es, no entiendo. – declaró, el doctor, molesto -¿Qué quiere decir con eso?

El Hotelero no pudo evitar remarcar cada una de las frases que dijo a continuación:

- Quiere decir que en plena noche; con estrellas; y con un cielo oscuro y profundo; el sol bajo del cielo a cantarle a él solamente. No ha nadie más. Solo a él. ¡Y de noche! ¿Lo entiende ahora?

El doctor dejó escapar un bufido y echándose hacia atrás en la endeble silla miró al Hotelero con reproche. Intentó decir algo, pero solo pudo mostrar su decepción con una amarga negación de su cabeza. Intentaba contenerse.

- ¿Manejamos seis horas en el desierto para que un viejo, que bien puedo estar borracho la noche de ayer, nos dijera que vino el sol a cantarle?

- No es la única vez. Ya ha ocurrido antes.

- ¡Por el amor de Dios! – Hynek dio un fuerte golpe a la mesa con la palma de sus manos y se levantó furioso. El viejo permaneció igual de inmutable - ¿Y acaso no es posible que también hubiera estado borracho antes? ¡Es un indio mexicano en medio de la nada! ¿Cómo jodidos espera que se divierta? ¿Jugando ajedrez? ¿Por qué cree que tiene una botella de mezcal aquí? ¿Para que cree que la usa?

- Anoche vino el sol. Y me cantó. – insistió Don Juan.

Hynek estaba rojo de coraje.

- Creo que acaba de insultar a nuestro anfitrión.- advirtió, apesadumbrado, el Hotelero.

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Ambos, científico y hotelero, tuvieron que quedarse a dormir en la cabaña. Encontraron un rincón donde tenderse y no se dirigieron la palabra en lo que restaba de aquella tarde. La noche llegó, eso si, pero la tormenta no se fue.

Hynek se encontraba harto. No podía soportarlo más. ¿En que se había convertido su trabajo, su investigación? ¿Y en que se había convertido él? ¿Por qué tenía que soportar a ese cabeza hueca, escritor de fantasías imbéciles sobre dioses cósmicos y pirámides extraterrestres? Ah si, ya recordaba: El Proyecto Libro Azul.

Libro Azul.

¡Santo Dios! Ese proyecto era un fraude y el bien lo sabía. ¿Qué tenían hasta ahora? Nada. Solo fotos trucadas, declaraciones de esquizofrénicos que escuchaban voces provenientes de las pléyades y entrevistas con pilotos que habían visto luces rondando como moscas alrededor de sus aeroplanos. ¿Y eso que?

Pero el gobierno norteamericano estaba muy emocionado con la posibilidad de estar siendo visitados por seres de otro planeta. Muy, pero muy emocionado. Imaginaban ese primer contacto. Y después, el intercambio de regalos, de tecnología. Y después, las armas que podrían hacer con todo aquello. Por eso patrocinaban loqueras como esa. Loqueras como el proyecto Libro Azul. ¡Diablos! Patrocinaban incluso hasta a un tipo que decía poder destruir enemigos extranjeros usando muñequitos vodú. Y finalmente lo habían mandado a él, acompañado de ese hombre, un hotelero suizo metido a investigador y autor de tres libros de éxito, a la búsqueda de pistas en la Tierra sobre visitas extraterrestres. Pero ni modo. Hynek lo había aceptado. Y lo había hecho porque ya no tenía dinero para costear más sus propias investigaciones. Sus libros eran demasiado científicos para ser un éxito y el musical de Broadway basado en su concepto de “encuentros cercanos del tercer tipo” fue un rotundo fracaso en taquilla.

No le quedaba nada más. No tenía opción.

Y sin embargo se arrepentía. Se arrepentía de todo lo que lo había llevado a ese lugar, a esa precisa situación y a ese bache en que se había convertido su vida. No había nadie más allá. Nadie venia visitarnos. Y vaya, por vida de Dios que todos estaban locos: el piloto aviador que observó por primera vez a aquellos platillos voladores flotar por encima de las montañas; los niños que vieron descender aquella luz en el bosque y que luego fueron sorprendidos por ese “monstruo” en Flatwoods; aquella familia atacada en Hopkinsville por enanos verdes y ojones; la pareja que fue secuestrada en una carretera por seres de otro mundo. Ochocientos cincuenta y tres testigos de avistamientos solamente ese año en los Estados Unidos. Cuatrocientos treinta y seis en el mundo…¡Y todos ellos estaban locos!

¡Enanitos verdes y ojones! ¡Platillos voladores!

¡Dios mío!... y de seguro él también debió haber estado loco de remate. Totalmente Chiflado.

Y ahora se encontraba ahí, tirado como perro en un jacal, con ese molesto ardor en las entrañas que le dejara aquel mezcal en la botella, rodeado de una tormenta y acompañando a viejo senil al que le cantaba el sol cuando estaba borracho.

¡Chingada madre! – Exclamó en voz baja Hynek

¡Chingada madre!- como decían los mexicanos…

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Al doctor Hynek lo perseguían los indios. Cuatro indios mexicanos corrían tras él a través del infinito desierto de Sonora, ellos a caballo y él a pie. Corría como loco para no ser atrapado y sacrificado a los dioses, deidades o como quisieran llamarle aquellos hombres que iban en pos de él. El sol que cantaba debía de ser, sin duda, uno de estos dioses. ¿Y el Hotelero? No lo sabía y en ese momento su febril mente no estaba como para pensarlo. Ahora lo que contaba era salvar su propio pellejo.

Jadeaba.

A la distancia y en medio de la nada, una roca del tamaño de una montaña. Una especie de alargada meseta, redondeada en sus bordes, que casi simulaba a un cachalote varado en el desierto. Por un momento Hynek creyó que bien podía ser Uluru, la famosa Ayers Rock de Australia, la gran piedra del sueño, sin embargo…

Bueno, ¡eso que importaba ahora! Había que llegar a ella a como diera lugar y tal vez, tal vez, habría una oportunidad de escapar de aquellos indios.

Gritos como de apache se acercaban más al ya casi agotado Dr. Hynek. Aún así, este corrió más rápido.

Amanecía y la luz de la mañana comenzaba a devorar, paso a paso, a la noche. Desde la cima de la roca podía verse como la alargada línea naranja del amanecer dividía por el momento ambos reinos, mientras que un viento suave pero frío se deslizaba por todo el desierto como una serpiente en retirada.

Hynek, por desgracia, no podía detenerse a disfrutar el espectáculo. Estaba a punto de llegar a la cima, mientras que las voces de los indios continuaban, insistentes, detrás de él. Sus piernas le temblaban. Era un hecho que dentro de muy poco ya no aguantarían dar siquiera un paso más. Debía esconderse, o si no…

El suelo cedió bajo sus pies y el dr. Hynek se vio arrojado hacia el interior de una especie de caverna en la roca. Su cuerpo rodó antes por una especie de corto túnel que lo escupió sin miramientos a un suelo duro y frío, donde quedó tendido como si se tratara de un saco de granos.

Bueno, ya no había más. Aquí se acababa el juego. Ya sin fuerzas para moverse, ahora habría que esperar a que sus captores entraran y se lo llevaran al desierto de nuevo. Ni que hacer…

¿Le abrirían el pecho con un cuchillo de pedernal? Que folklórica forma de morir.

Y sin embargo, tal vez aquel era el día de suerte para el dr. Hynek.

Aunque pasó un largo rato, nadie llegó. Su cuerpo quedó ahí, derrumbado, con el rostro fijo hacia el cielo, que podía ver a través del agujero dejado en el techo de la caverna. Y ahí, en las alturas, casi tragado por la luz del amanecer, había una estrella roja e inusualmente brillante.

- No, no es una estrella…

Era Marte.

En ese momento, el cuerpo del doctor pareció perder todo su peso y este se sintió elevado poco a poco hacia el hueco de la cueva y de ahí hacia fuera, y de ahí, al espacio. La velocidad de ese vuelo era para entonces tremenda, pero extrañamente Hynek no la sintió vertiginosa.

Y fue así como llegó. Flotó hacia el planeta y después descendió en él mientras lo veía girar bajo sus pies. Vio un mundo que en algún momento fue azul como la Tierra, con grandes océanos y montañas majestuosas; vio una raza extraña de seres árbol caminar lentos y placidos por un mundo que poco a poco comenzó a resquebrajarse y desfallecer. Fue testigo del nacimiento de una nueva raza de criaturas verdes y reptilescas que después se transformaron en seres bípedos con cuatro largos y fuertes brazos. Vio su civilización crecer en medio de un planeta moribundo que día tras día perdía atmósfera. También los vio morir en medio de una gran guerra atómica. Vio surgir de entre las cenizas de estos, a un grupo de sobrevivientes, marcianos mutados, más pequeños y con solo dos brazos, pero con mucha más inteligencia que aquellos que los habían precedido.

Ellos tomaron en sus manos el cetro de los amos de Marte. Construyeron ciudades en cavernas, almacenaron agua y cosecharon comida en las profundidades. Crearon gracias a sus grandes cerebros una tecnología inimaginable…y vieron con sus ojos envidiosos a un azul planeta, vecino al de ellos, que poco a poco se transformaba en un edén.

Hynek lo supo de inmediato. Fue como una revelación.

¡El hotelero tenía razón!

Durante años “ellos” nos habían visitado. Con su tecnología habían surcado el mar de vacío qué separaba nuestros planetas para conocernos, evaluarnos y experimentar con nosotros. Conocían nuestras esperanzas y nuestros miedos. Sabían de nuestras debilidades y de nuestras destrezas. Estaban enterados de nuestro arte y nuestra ciencia. Y todo aquello, por supuesto, les tenía sin cuidado.

Y les tenía sin cuidado porque su objetivo era uno y era simple.

Y el objetivo era: ¡EXTERMINIO!

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Marte. El planeta rojo. El dios de la guerra.

Sus hijos se habían preparado durante mucho tiempo para el momento de la invasión. Sus vehículos de guerra y traslado llamados ridículamente por nosotros “platillos volantes” pronto dejarían de ser un mito para insertarse con fuego en el catálogo de nuestras peores pesadillas.

Hynek pudo verlos bien: humanoides enfundados en monos verdes, parte armadura, parte trajes de protección ambiental; dueños de unas monstruosas cabezas, grandes como peras invertidas, donde la parte superior se reconocía fácilmente como un bestial cerebro bicéfalo que terminaba en una frente huesuda y en un rostro que casi podría confundirse con el de una calavera humana. Sus ojos, redondos y grandes como platos, e incapaces de parpadear impactaban tanto como su boca descarnada. Igual sus mejillas, que prácticamente inexistentes, eran sustituidas por extraños apéndices, que como sacos bubosos y alargados, se dejaban caer en forma de barbillas hasta un poco más abajo de sus mandíbulas.

El doctor volvió a poner atención en sus trajes. Para proteger toda el área de la cabeza, y casi como si se tratara de una pecera, una escafandra fabricada de un material muy semejante al cristal se colocaba y se sellaba en la armadura, de tal manera que su cuerpo no quedaba expuesto a ningún agente externo que pudiera contaminar su interior. Y finalmente, a la espalda, unos tanques rojos, del tamaño de dos extinguidores, los abastecerían de la atmósfera necesaria para vivir: La tenue atmósfera de Marte.

Filas y filas de marcianos preparados para la batalla se dirigían en marcial orden hacia los platillos voladores posados en tierra. Subían a ellos a través de sus largas escaleras de mano que después eran enrolladas automáticamente y ya en el interior activaban los sistemas de despegue. Esta gigantesca flotilla de naves se alzaba pues, desde los desiertos del planeta rojo en verdaderos enjambres, dejando atrás las áridas y pedregosas planicies marcianas y los gigantescos cañones del planeta, para dirigirse a nuestro mundo.

Para el doctor ya no había duda: los humanos pronto conoceríamos el terrible poder del ejército del planeta rojo. Así era, mientras nosotros vivíamos tranquilos en nuestra ignorancia la invasión de Marte venia en camino. Desde la tierra nadie podía ver sus ejércitos. Nadie conocía sus armas. Nadie tenía ni idea de sus intenciones. Solo él, Hynek.

El doctor se sintió de repente, desesperado. ¡Tenía que regresar! Tenía que volver a la Tierra y avisar. Pero no sabía como hacerlo. Pataleó en el limbo de su nueva existencia. Intentó controlar su vuelo. Pero no pudo lograrlo. Aquello era peor que la persecución de los indios. Peor que el proyecto libro azul. Peor que su obra en brodway. Se sentía tan inútil. Tan impotente…

El fin de nuestro mundo, pues, venía flotando, implacable, por la fría e insondable soledad del espacio y Hynek nada podía hacer avisarnos. Nada.

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El grito del doctor resonó en la cabaña como si fuera el rugido de un tren. Su cuerpo se levanto del suelo casi como un muñeco impulsado por un resorte y sus brazos le temblaban. Por un momento, se sintió perdido pues no pudo establecer donde estaba. Una figura conocida llegó hasta él, apareciendo de alguna parte. Se acuclilló. Era el Hotelero

- ¡Doctor! ¿Se siente usted bien, doctor? – El hombre se veía genuinamente preocupado.

- ¿Qué paso? ¿Dónde estoy? ¿Esto es Marte?

- ¿Marte? No doctor. Aún estamos en la cabaña y no he podido despertarlo por horas…

El Dr. Hynek no pudo evitar entonces el impulso de vaciar su estomago. Vomito en el suelo de madera lo poco o lo mucho que traía dentro. El Hotelero lo sostuvo.

- ¿Ya se siente mejor?

- No sé… estoy temblando… y tuve pesadillas.

- Necesito que se reponga. ¡Tiene que salir conmigo a ver esto!

- ¿Qué? ¿Ver que cosa?

- Venga. Lo ayudaré a levantarse. Tiene que acompañarme.

- ¡No quiero ver nada! No se que me ha pasado. Creo que fue ese maldito mezcal… Ya me quiero ir de aquí.

- Nada de eso. Lo arrastraré si hace falta. ¡Tiene que verlo con sus propios ojos!

El Hotelero levantó a Hynek del suelo como si fuera un muñeco y abrazándolo, lo llevo hacia la puerta de la cabaña. El doctor dio un traspié pero eso no detuvo al Hotelero. Le hizo dar la vuelta al jacal y entonces…

- ¡Mire, doctor! ¡Mire!

Algo, metálico y brillante como un espejo encandiló de repente a Hynek. Intentó cubrirse los ojos para evitar el destello.

- ¿Pero?...¿Qué?...

- ¡Ahí enfrente, enterrado en la arena, por el amor de Dios!

El Dr. Hynek sintió en su cuerpo la revitalizarte dosis de un chorro de adrenalina. Se apartó casi con brusquedad del Hotelero y con los ojos grandes como platos avanzó apresurado y tambaleante hacia la cosa.

Frente a él, Don Juan, el viejo de la cabaña, lo esperaba. Aún enterrado a la mitad, el objeto aquel no dejaba de ser sorprendente y atemorizador. Su forma era totalmente reconocible. A su alrededor, un montón de pedazos y fragmentos provenientes de aquella cosa se extendían como basura de estrellas en un amplio perímetro. No era de ninguna manera una broma preparada. Hynek lo sabía. Lo sabía perfectamente bien. Lo había reconocido.

- ¡Dios mío! – exclamó, mientras daba un tropiezo - ¡Dios mío!

- El sol. – dijo con seriedad Do Juan y lo señaló - ES el sol.

El ovni estrellado brillaba - fulgurante y cegador - como un grito en la soledad del desierto.

Fin del capitulo uno

El Dr.Allen Hynek
El Hotelero
Don Juan
El sol que canta
Viaje Astral a Marte
Proyecto “Libro Azul”
Ufos (Ovnis)

INTRODUCCION: Sobre Mars Attacks!: La Blog Novela


Pero ¿Quién mora en esos mundos si están habitados?...
¿Somos nosotros o ellos, los señores del Mundo?...Y ¿por qué
todas las cosas tienen que estar hechas para el hombre?
Kepler

Con el pensamiento anterior inicia una de las novelas de ciencia ficción más emblemáticas de este género: La Guerra de los Mundos (1898) de Herbert George Wells. En ella, una invasión proveniente de Marte es el motivo y la excusa perfecta para especular y reflexionar, no realmente sobre la posible existencia de criaturas extraterrestres, sino más bien, sobre el papel antropocéntrico de nuestra especie en el universo. Es además, una crítica feroz contra la política expansionista inglesa, que Wells detestaba tanto.

Los marcianos, seres de una raza en decadencia, deciden atacar por sorpresa la Tierra. Para ello envían una suerte de avanzada que no se extiende por todo el planeta sino en el punto clave donde se sustenta el poder mundial de aquella época: La Gran Bretaña. Su avanzada tecnología y su mortal arsenal compuesto de rayos calóricos y gases venenosos, rápidamente los posicionan como los virtuales vencedores de una batalla desigual, donde los humanos son rebajados a algo similar a ganado: Los marciano, terribles y monstruosos seres que se presume alguna vez fueron humanoides, gustan alimentarse de sangre. De nuestra sangre.

La novela se convirtió en un clásico por derecho propio. Las imágenes reflejadas en la historia, el horror de la guerra y la desesperación de sus personajes principales (el autor, un artillero, el primo del autor y un pastor religioso) dan tal sensación de realismo a la obra que no es difícil adentrarse en ella sin el típico remilgo de que es victima la mayor parte de la ciencia ficción por los lectores que no están acostumbrados a esta. Esa fuerza de la novela perdura fresca hasta nuestros días y es motivo de reinterpretaciones, nuevas versiones, adaptaciones cinematográficas, musicales y de videojuegos. En los treintas, incluso fue la causante de una histeria colectiva en los Estados Unidos, cuando Orson Wells llevó su adaptación de La Guerra de los Mundos a radio. La obra fue presentada como un dramatización realista, lo que hizo que mucha gente realmente pensara que la invasión se estaba dando.

Entre toda esta parafernalia dependiente de la obra de Wells, también sobresale una: La serie de tarjetas coleccionables que la compañía de dulces Tops mandó diseñar para venderse en sus paquetes de chicles: Mars Attacks!

Esta colección, inspirada directamente en la obra de Wells y en las revistas populares de los cuarenta y cincuentas, mostraba imágenes tremendamente violentas sobre una invasión del planeta rojo a la Tierra. Marcianos cabezones, enfundados en trajes espaciales verdes y cubiertos por escafandras tan grandes y transparentes que parecían bulbos gigantes, eran los aterrorizantes personajes principales de estas tarjetas que tanto gustaban de coleccionar los niños.

Sin embargo, la colección, presentada al mercado en 1962, no duraría mucho tiempo. Sus truculentas y violentas imágenes de marcianos calcinando gente, matando perros, destruyendo edificios y secuestrando chicas no fue del agrado de las asociaciones de padres, así como tampoco del gobierno. Además, una política de rechazo a este tipo de publicaciones, tomó fuerza en aquella época y culminó con el cierre de varias revistas de historietas de terror y ciencia ficción con contenidos similares.

De esta manera y sin saberlo aún, los que contaban con una colección completa de Mars Attacks! (exactamente 54 cromos, más una tarjeta “checklist”) se hicieron con una especie de tesoro que muchos coleccionistas buscarían después, habidamente.

El fenómeno de Mars Attacks! no acabo con la prohibición. La temática de la serie y la fuerza de sus imágenes inspiraron a muchos artistas del dibujo y del diseño. En Internet pueden encontrarse montón de ejemplos de obras basadas en estos cromos. Historietas, una nueva serie de tarjetas, dos libros originales y una película de acción en vivo, dirigida por Tim Burton son algunos pocos ejemplos de esto.

Y ahora, al menos en nuestro caso, es también la fuente de inspiración para un – creemos – interesante proyecto: Mars Attacks!: La Blog Novela.

El concepto inicial de Mars Attacks!: La Blog Novela surgió después de encontrar en Internet una página con la colección completa de estas tarjetas. Inmediatamente, la idea de realizar una especie de “novela por entregas”, basando cada capítulo en un cromo de la serie, resultó irresistible. Aunque la serie aún guarda derechos de copyright, la posibilidad de utilizar los blogs de Internet para presentar una visión propia de la historia por la red, libre de cualquier intención comercial, daba la oportunidad de presentar al público este interesante experimento creativo. La primera persona que tuve en mente para compartirlo fue pues, Luis G. Abbadie, escritor con ya una larga trayectoria en el fantástico, experto consumado en la literatura de horror y en los mitos dependientes de la figura de Lovecraft. Le sugerí compartir conmigo la tarea de la creación de este blog, alternándonos las tarjetas y creando cada quincena una historia enlazada, al estilo de una novela a dos manos.

Sin embargo, mientras platicábamos, el concepto fue cambiando. ¿De que servia pasar a letras lo que estaba tan gráficamente explicado en la tarjeta? A final de cuentas, una historia así no aportaría nada. Sin embargo, usar Mars Attacks! como telón de fondo para experimentar con otro tipo de temas e ideas, nos daría mucha tela de donde cortar: Mezclar los temas populares de la literatura y el cine, las imágenes icnográficas del siglo XX, las tendencias sociales y lo que fuera ocurriéndosenos, con la invasión a la Tierra de estos marcianos, se antojaba mucho más interesante.

Y no solo eso. Tal vez, usar las diferentes herramientas de la multimedia pueda darle al proyecto aún más profundidad.

Ahora, la idea es que cada 15 días, aparezca en el blog una historia inspirada en un cromo de la serie, a veces abierta, a veces autoconclusiva, que no se confine a contar lo que las cartas ya muestran, sino a utilizarlas de pretexto para relatar algo más. La idea es, también, no limitarnos a escribir todo nosotros: Invitaremos a otros escritores a participar con una tarjeta, enriqueciendo el proyecto con nuevos e interesantes puntos de vista. Si todo resulta ir bien, esperamos que este proyecto se convierta en un interesante semillero de colaboración entre escritores. Esperemos pues, que así sea.

Y sin más por el momento, creo que es hora de dejarlos con el primer capitulo de la serie, que sé, ¡les helará la sangre! Y no se contengan… ahí, en el recato de su casa, frente a la computadora, tienen permiso de temblar…o gritar.

Bienvenidos a Mars Attacks: La Blog Novela.

Gabriel Benítez L. Luis G. Abbadie